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Papá violador, pedía custodia de menor

PARAÍSO, TABASCO

Los vecinos de la calle ‘Buenos Aires’ no podían creer que aquel joven hubiera mancillado a su pequeña hija de 5 años.

Cuando salía por la mañana del cuarto que tenían por vivienda aquella familia, y cuando regresaba por la tarde de trabajar duro, Cruz Alberto daba el saludo por muy cansado que estuviera.

Si tenía que cruzar por las estrechas banquetas frente al Pentatlón y estaban congregadas las familias afuera de la casa para mitigar el calor, el muchacho de bigote y barba pedía «con permiso», como excusándose por pasar.

En los distintos trabajos que tuvo, nadie podría haber sospechado que acabaría ultrajando a su propia carne y sangre, una infante que cumpliría próximamente cinco años.

Todos sus compañeros apreciaban su entrega en el trabajo. Tal vez si hubieran sabido que detrás de la seriedad de ese rostro, de esas maneras calladas, respiraba otra persona diferente, habrían sospechado lo que ocurriría a finales de junio de este año.

En vez de irse esa tarde directo a su hogar, donde lo esperaban su compañera, y sus dos pequeños hijos, Cruz Alberto jaló a una de esos clandestinos, tan prolíficos en las zonas costeras, y doblemente cuando son zonas petroleras.

Eligió uno cercano a su casa, el que estaba en las orillas del pestilente río Seco. Parte de lo ganado en la semana, lo venía a dejar a ese mugriento lugar. Como ya lo conocían, no fue difícil pasar de pedir la cerveza a la bolsita de María Juana. Si había un lugar donde se sentía bien, era aquí.

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En los demás lugares, incluida su casa, tenía que pensar en los demás. Puras preocupaciones. Pero acodado en esa mesa vacilante, encontraba su lugar en el mundo. Cuando el efecto de la yerba comenzaba a nublar su cabeza, se dejaba ir.

Primero era una incomodidad porque los brazos parecían pesar mucho, y los dejaba descansando en el pasamanos de la silla de plástico. Sentía como su tuviera lingotes pendiendo de sus brazos flácidos. Luego su cuerpo iba adquiriendo una levedad insólita, que relajaba hasta sus hombros y nuca.

Esta vez no se quedó a mirar cómo le sonreían esas mujeres gordas del lúgubre lugar, pagó la cuenta y se enfiló a su casa.

El río Seco le pareció un reptil enorme, viscoso, y los árboles sobre el cauce, gigantes amenazadores.

En la vivienda, Cruz Alberto mira a sus dos pequeños durmiendo, el mayorcito de ocho años y la pequeña de apenas cinco.

Él no parece ver a quienes son sus hijos. Su cerebro ve otra cosa. Toma a la pequeña y la viola.

Ni siquiera el llanto de la niña lo hace detenerse. Levantada por los gritos de auxilio de los pequeños, la compañera de Cruz Alberto increpa al animal. La bestia responde con más violencia. Toma un machete y planacea a su mujer.

El escándalo a medianoche despierta a los vecinos, que llaman a la policía.

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La hiena huye antes de que lo agarren. Para el caso, la Fiscalía General del Estado abrió la carpeta CI-PR-I-780/2020.

Pasan los días y del violador nada se sabe. Por increíble que parezca, el sujeto reapareció en las oficinas del DIF municipal este viernes 28 de agosto, casi un mes y 12 días después de su fechoría. Como si nada, para solicitar la custodia de sus vástagos.

 

De la redacción, Grupo Cantón

Publicado por
Redacción Quintana Roo