CIUDAD DE MÉXICO
David despidió a su madre con una misa y un rosario en el patio de su vecindad en Ciudad de México. Las restricciones que impuso la pandemia para honrar a los muertos poco le importaron tras quedarse solo con un cofre de cenizas.
Fue el único de los seis hijos de María Higinia Barrera que pudo observar el cuerpo sin vida. Los demás la vieron por última vez cuando se la llevaron al hospital, de donde salió directo para el crematorio.
“Te dicen que no hay que hacerles misas”, pero “mi mamá ya se cremó, ya no hay problema de contagios (…) Como todo ser humano, necesitas darle su misa, su rosario para que se vaya en paz”, dice a la AFP David Rivas, un albañil de 48 años, tras la ceremonia que ofició un sacerdote en el este de la capital.
Conocido mundialmente por su colorida celebración del Día de Muertos el 2 de noviembre, el país de las catrinas (calaveras de mujeres) no es ajeno a los estrictos protocolos que ha impuesto la crisis para despedir a las víctimas del nuevo coronavirus.
Las autoridades recomiendan no velar a los fallecidos por Covid-19 o con sospecha de haber contraído la enfermedad, y cremar o inhumar el cuerpo inmediatamente.
Pero a muchos como David les cuesta aceptar la idea de un funeral sin cuerpo presente o de un entierro sin mariachis, como se acostumbra en sectores populares de este país con más de 100 millones de católicos.
A las honras de María Higinia, fallecida a inicios de mayo a los 68 años, asistió una veintena de familiares con tapabocas. El distanciamiento físico inicial se rompió tras una lluvia que los obligó a refugiarse bajo una carpa.
Los rezos dieron paso momentáneamente a las risas, al calor de unas tostadas que ofreció la familia.
Los familiares de María Higinia aseguran que se la llevaron al borde de un coma diabético, pero en el hospital supuestamente enfermó de Covid-19 y no pudieron acompañarla cuando se acercaba el momento final.
El resultado de la prueba nunca llegó y el dictamen fue de neumonía atípica.
“Es una impotencia porque no puedes ver a un ser querido, (aun) cuando no está confirmado que tiene esa enfermedad”, dice David con serenidad.
José Luis Padilla, encargado de una funeraria en Nezahualcóyotl, suburbio cercano a Ciudad de México, ha tenido más trabajo de lo usual por la pandemia, y también problemas porque algunos insisten en ver el cuerpo de su familiar.
“Quieren que a fuerza saquemos el cuerpo, que abramos, pero va en una bolsa especial”, dice Padilla. “Lo más que podemos hacer es que desde la carroza se despidan, y hacerles entender que no es cosa de nosotros, es por su seguridad”.
La tanatóloga Gabriela Pérez explica que ver el cadáver ayuda a superar el estado de negación ante la muerte. “El ser humano necesita ver el cuerpo”. Solo a David se lo permitieron para los trámites de entrega.
“Les dije (a mis hermanos) que vi el semblante de mi madre con tranquilidad, paz, como que descansó”, dice. “Por eso es que yo a la fecha no he llorado, porque tengo la satisfacción de que vi a mi madre descansar”.
Aunque el gobierno recomienda no hacer funerales, advierte que, de realizarse, no deben durar más de cuatro horas ni superar los 20 asistentes.
Esas restricciones llevaron a empresas exequiales, como Gayosso, a ofrecer velatorios que se pueden seguir por videollamada. También habilita una espacio digital para enviar condolencias y mensajes de apoyo.
Por la pandemia, algunos anticipan que el Día de Muertos, caracterizado por coloridos disfraces de calaveras, dulces, fiestas y altares, no será igual. Al menos por este año.
Puede “cambiar para hacerse más festivo” y ayudar en el proceso del duelo, o “hacerse menos festivo y más institucional, más hacia lo doméstico y familiar”, opina el antropólogo Erik Mendoza.
Pese a sus notas alegres, esta tradición -mezcla de costumbres indígenas y cristianas que en años recientes adquirió un carácter comercial-, está lejos de ser un desafío a la parca.
En “otros países creen que no le tenemos miedo a la muerte porque la hacemos pan de dulce, calaveritas de azúcar (…), pero ante la muerte, cuando le pones nombre y apellido, ya no somos tan valientes porque tenemos mucho miedo al cómo vamos a morir y a que nos toque de cerca”, dice la tanatóloga Pérez.
Antes del 2 de noviembre, David y sus hermanos quieren llevar las cenizas de María Higinia a su tierra natal en Michoacán (oeste), pero deberán esperar porque el acceso al pueblo está cerrado por la emergencia.