“Antes no portábamos armas, no teníamos necesidad. Sin embargo ahora tenemos que hacerlo”, explica David. “Ha habido muchos asaltos en altamar. Son embarcaciones piratas que llegan a robarnos todo el pepino que hemos capturado en el día, y pues tampoco se vale”.
Pero las muertes no sólo son por la violencia, más de 50 pepineros han fallecido en las profundidades del mar en los últimos cinco años, víctimas de una descompresión en el sistema sanguíneo por emerger demasiado rápido a la superficie.
Antes los pescadores encontraban el pepino de mar a diez brazas de profundidad (aproximadamente 8 metros), en la actualidad tienen que sumergirse hasta 22 brazas debido a la escasez del producto. Cada embarcación traía en promedio una tonelada; hoy por jornada consiguen de 80 a 100 kilos.
El trabajo es arduo. Los hombres que trafican con la especie laboran entre seis y siete días a la semana, desde las 4:00 de la mañana hasta las 7:00 de la noche. Para poder aguantar el cansancio físico varios de ellos consumen cocaína.
“Si no existiera el pepino de mar, habría menos problemas. Ha llegado gente con otras costumbres, ha proliferado el alcoholismo, y sobretodo el consumo de drogas”, expresó Julio Villanueva Rivero, alcalde de Dzilam de Bravo, durante una entrevista.
Desde muy temprano, los pepineros suben a un barco pesquero, llevan gasolina, marquetas de hielo, además un poco de galletas o chocolates para recuperar energías después de salir del agua.
Te pones una faja en la cintura de tres plomos (pesa como 600 gramos) que a su vez está amarrada a una manguera, la cual nos alimenta de oxigeno cuando nos sumergimos. Básicamente es un compresor de aire (como el que utilizan en las refaccionarias de llantas) sólo que este aparato tiene un filtro hecho con carbón, algodón y dos o tres toallas femeninas que purifican el aire que respiramos bajo del mar”, nos comentó David, mientras la embarcación avanzaba rumbo al sancochadero.
Una vez en el fondo marino recoge los pepinos y los mete en un costal, afuera el producto se almacena en una nevera con agua y hielo. Si no se hace esto, el pepino comienza a morir y le sale una “baba” que propicia un sabor extraño.
BIENVENIDOS AL SANCOCHADERO
En apariencia el lugar parece un laboratorio rudimentario ubicado en un paraíso tropical. Las paredes y los techos son árboles y palmeras, a sólo unos cuantos metros del mar. Todos visten de shorts tienen una actitud amable y relajada.
En cuanto me bajé del bote me invitaron a comer de un aguachile que recién habían preparado. El recibimiento fue muy familiar; por un momento me olvidé que aquel lugar era un sitio ilegal.
El proceso de cocción es básico. En pailas de un metro de diámetro vierten el agua salada. Ahí colocan el pepino y posteriormente a fuego alto hacen que hierva, todo esto en menos de una hora. El fuego proviene de la leña y en ocasiones utilizan gas butano.
Hay unas neveras enterradas, así que le pregunto a David para qué sirven:
“Ahí guardamos el pepino sancochado. En ocasiones la Marina sobrevuela esta zona y tenemos que resguardar todo bajo la arena para no ser descubiertos. Esa fue idea mía”, me respondió con una sonrisa orgullosa.
“¿Qué hay de cierto en que muchos de los pescadores que mueren son abandonados en altamar?”, le pregunto a David.
Yo sé de pescadores de Santa Clara, San Felipe y Dzilam de Bravo que han abandonado a sus compañeros que se ahogan en las profundidades. Les colocan piedras en los pies y los mandan al fondo del océano, o bien, los entierran en la arena de los manglares. Aunque eso lo hacen con los “foráneos”, en su mayoría son personas sin experiencia que llegan al puerto en busca de trabajo. Es fácil desaparecerlos. No es que los asesinen, aclaro, más bien evitan darle explicaciones a la autoridad y poner en riesgo el negocio”.
“¿A quién le venden el pepino?”, le pregunto.
“No estoy seguro, pero creo que son varios carteles de droga los involucrados. Yo solo sigo instrucciones de los jefes (los dueños de las congeladoras). A mí me dicen ‘tal día hay que llevar cargamento’, entonces subimos todas las neveras al bote y nos vamos a altamar en horas de la madrugada. Ahí nos intercepta un enorme yate con decenas de hombres armados. Yo ni les veo la cara, sólo me dedico a pasarles las neveras con pepino”.
“¿No te da miedo que te hagan algo?”, finalizo.
“Pues al principio si me daba miedo, porque eran muchos y podían dispararnos en cualquier momento. Pero ahora he comprendido que esto es un negocio”m termina David. “Ellos necesitan de pescadores que recolecten el pepino, y nosotros necesitamos que alguien lo siga comprando a un buen precio”.
Fuente / Excelsior