Desde la antigüedad se sabía lo que ahora es un hecho palpable y la medicina vuelve sus ojos a la Psicología, antigua disciplina del alma, convertida por nosotros en simple estudio del comportamiento.
Y ahora reconocemos que la personalidad es determinante para la salud.
La personalidad es un campo de información y consciencia, es un patrón de emociones y visiones complejas del mundo, un patrón de creencias, de paradigmas.
Las diferentes personalidades como la A y la B, han sido relacionadas con un aumento del riesgo para cierto tipo de enfermedades debido a que influyen en la estimulación y producción de sustancias químicas y neurotransmisores que modifican los comportamientos moleculares afectando los sistemas corporales.
Se observa como el patrón de personalidad del tipo A, con rasgos distintivos como un sentimiento de prisa interior, competitividad y hostilidad, se asocia a un riesgo incrementado de enfermedad coronaria. Y veíamos que una emoción puede provocar la producción de un neuropeptido, pero ahora vemos como un complejo patrón de comportamiento se asocia a un riesgo definido como hipertensión, úlceras, trastornos digestivos, enfermedades crónicas y autoinmunes entre otras.
Nuestros hábitos de vida asociados a estas pautas de comportamiento están inscritos en nuestra personalidad.
La enfermedad es un asunto de consciencia. La personalidad está hecha de temperamento y carácter. El temperamento es la materia prima, el carácter es lo que hacemos con ella. El temperamento es piedra, el carácter escultura. Y el carácter determina el tipo de nuestra personalidad, la manera como nos relacionamos con el mundo, lo que a su vez constituye el soporte que fundamenta nuestra salud.
El sistema inmune tiene memoria, aprende, se condiciona al igual que el sistema nervioso vegetativo.
Un cambio de creencias, es decir un cambio de nuestra personalidad puede representar un rotundo cambio de vida y un camino hacia una mejor salud.