¡Me la vas a pagar, canijo! –gritó el hermano de Andrés Manuel al entrar a ‘Novedades Andrés’, el negocio de la familia López Obrador, ubicado en una esquina del mercado José María Pino Suárez, en Tepetitán. Un par de clientes concentrados en comprar unos cortes de tela, voltearon a ver la llegada intempestiva del muchacho y con benevolencia sonrieron por aquel alboroto.
José Ramón era todo lo contrario de su hermano Andrés Manuel: Un torbellino de fuerza que lo mismo ganaba en las vencidas que en aguantar la respiración bajo las aguas claras del río Tepetitán. Cuando no se la pasaba correteando con sus amigos por el mercado, estaba armando con ellos resorteras para romper luego las botellas a descampado.
-José Ramiro, muéstrale a la señora los colores que tenemos de esos modelos, por favor– ordenó Andrés Manuel.
Pero el chico, aprovechando que su hermano estaba de espaldas, se dirigió como si estuviera hipnotizado al pañuelo que en forma de paloma quieta cubría un objeto. Los ojos de José Ramón se desorbitaron de emoción cuando descubrió la Colt . 38. Ahora el arma no recibía directamente los rayos del sol, pero destellaba un brillo intermitente. No supo cómo quitó el seguro y cortó cartucho.
Estaba sorprendido de que la cacha se ajustara perfectamente a su manito. Súbitamente una idea se apoderó en su cabeza juvenil.
-¡Ahora sí, ese canijo se pondrá más pálido que una lagartija cuando lo asuste con esta pistola!- no pudo imaginar la escena cómica sin reírse.
Fue cuando su hermano Andrés Manuel volteó a verlo:
-Deja de jugar con esa pistola– advirtió el mayor en un tono conciliatorio.
-No tengas miedo, hermanito– dijo el menor riendo.
El cuerpo de Andrés Manuel se abalanzó sobre Ramón para arrebatarle la escuadra sin mucho éxito.
-¡Guarda esa arma, te estoy ordenando, ¿qué no ves que se te puede ir un tiro?- subió Andrés Manuel la voz porque su consanguineo comenzaba a desesperarlo.
-No pasa nada, hombre, no te espantes, no te espantes.
Andrés Manuel se volteó para meter el dinero en la caja y poder encararlo con más energía, pero apenas pudo escuchar a sus espaldas un estruendo atronador, como si hubiera escuchado el mismísimo silbido del Diablo. Sus oídos se ensordecieron y ya no pudo sopesar el golpe seco del cuerpo sin vida de su hermano al caer al suelo.
José Ramón había quedado con los pies dentro de la tienda, en un charco de sangre.
Alrededor de la tienda se arremolinaron otros comerciantes, clientes habituales y mirones. ‘El Dientes’, que trabajaba a unos cuantos locales de ‘Novedades Andrés’, supo que aquel era un proyectil y que había salido del arma que hacía apenas unas cuantas horas había dejado de ser suya. Las noticias funestas tienen alas y pronto medio pueblo conocía la desgracia.
Cuando el padre de los muchachos arribó a la tienda, la Policía ya había acordonado la zona. Don Andrés sintió un gran peso en su espalda, como nunca antes lo había sentido, ni siquiera en sus tiempos de explorador en la selva, cuando pasaban semanas metido entre acahuales buscando pozas de petróleo.
-Don Andrés, me va a tener que acompañar a la comandancia para las investigaciones de rigor. También nos van acompañar su hijo y los testigos del hecho– notificó el comandante, mientras su asistente anotaba en una libretita y con un lapicero los nombres de los convocados.
La mirada de don Andrés buscó la de su primogénito, que estaba con el rostro sucio por las lágrimas. Más con resignación que con enojo, dijo:
-Andrés, ¿qué pasó? ¿No te dije que no tocaran eso, carajo?
El mayor guardó silencio. Sentía que sus piernas le fallaban y su cabeza daba vueltas. Su corazón había sido atravesado para siempre en dos.