Candelaria Lázaro tenía 10 años cuando Andrés Manuel López Obrador llegó a vivir a Tucta, una comunidad chontal donde la mayoría de los habitantes andaba descalza y se dedicaba a la siembra.
La niña y toda la familia Lázaro vieron al recién llegado como uno más de la familia, pues fue recibido en su casa. “Él se adaptaba a lo que la gente hacía, llegó no a imponer, sino a aprender. Ya tenía el plan en su mente de los camellones chontales”, recuerda la mujer que ahora cumplirá medio siglo de vida.
A ella la motivó Andrés Manuel a estudiar la secundaria fuera de la comunidad y pagó esos estudios. Algo que hasta la fecha le agradece.
Era 1977 y el poeta Carlos Pellicer, el maestro cristiano que le habría enseñado lecciones políticas al tepetiteco, moriría en febrero, siendo Senador. Andrés Manuel, quien lo había apoyado en su campaña, retorna al trópico tabasqueño con el cargo de delegado del Instituto Nacional Indigenista.
Pellicer además de haberlo recomendado para desempeñar tal cargo federal, lo recomendó con el ingeniero Leandro Rovirosa Wade, recién electo gobernador de Tabasco.
El nombre de Andrés Manuel no era extraño al ingeniero, pues mientras se desempeñó como secretario de Recursos Hidráulicos había coincidido en algunos eventos con el muchacho en la capital mexicana.
El principiante político, con apenas 24 años de edad, se instala en la comunidad de Tucta, en lugar de la capital, a diferencia de cualquier otro delegado. Su misión fue entonces organizar a la gente para gestionar proyectos productivos y aterrizar beneficios de vivienda, pero con respeto a los usos y costumbres de las comunidades chontales. Eran ellos los que tenía que decidir su destino y convenir el tipo de proyectos de desarrollo que se adaptaba a su realidad.
“Él tenía ese respeto hacia la comunidad, porque cuando iba a ejercer un programa o un proyecto, se hacía una asamblea comunitaria y le pedía opinión a la gente. Si decían ‘aquí no funciona eso, mejor llévalo para Tecoluta o llévalo para Oxiacaque’, iba allá y la gente decía ‘sí, lo aceptamos’. Empezaba a fluir la mano de obra gratuita. Él sabía persuadir a la gente de tal manera que no hubiera pleito”, cuenta Candelaria.
Como delegado del INI, Andrés Manuel podía bajar proyectos para desarrollar cultivos, criar ganado o tener apoyos para fortalecer la economía de traspatio.
Pronto, la poblaciones indígenas y marginadas recibieron de la Coordinación General del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar), dos mil viviendas, 260 letrinas, no sólo en Nacajuca, Centla, Jalpa, sino también en Macuspana, Centro, Jonuta, Tacotalpa y Tenosique.
El programa de Crédito Ganadero a la palabra benefició a cientos de pequeños productores en la región. Aparecieron en zonas apartadas centros de salud y escuelas, se crearon 21 nuevos ejidos como parte de la repartición de tierras. La región tuvo una voz a través de las ondas hertzianas, como Radio Chontal.
Andrés Manuel mismo vio también crecer su mundo: Se casó en 1980, con Rocío Beltrán y dos años después, tuvo su primer hijo, José Ramón.
“Todo mundo culpa a Andrés Manuel de que hoy nosotros seamos una bola de revoltosos y todas esas cosas, pero fue porque nosotros así lo decidimos, cada quien empezó a tener sus propias ambiciones, cosa que llevó a grandes movimientos políticos”, considera la activista.
“Nos quedamos a la mitad con la defensa de los pueblos indígenas porque Andrés Manuel ya se dedicó a la defensa de la nación, del estado”, recuerda la también premio estatal de Derechos Humanos 2015. (Ándres Manuel López Obrador)