REDACCIÓN / GRUPO CANTÓN
El actor, director y productor dejó una huella imborrable en el séptimo arte, no solo por su carisma en pantalla, sino por su incansable defensa del cine como forma de arte libre.
UTAH, ESTADOS UNIDOS.- Robert Redford, ícono del cine estadounidense, falleció a los 89 años dejando tras de sí un legado que trasciende el estrellato: fue galán, cineasta, activista y el impulsor por excelencia del cine independiente a través del Instituto y Festival Sundance.
Nacido el 18 de agosto de 1937 en Santa Mónica, California, Redford pasó de ser “un rubio californiano más” a convertirse en una de las figuras más respetadas y queridas del cine mundial. A lo largo de más de medio siglo, cautivó al público con su talento, su mirada azul inolvidable y una filmografía que combinó éxitos comerciales con apuestas arriesgadas y comprometidas.
Redford saltó a la fama con “Butch Cassidy and the Sundance Kid” (1969), donde compartió pantalla con Paul Newman, iniciando una de las duplas más recordadas del cine. Su carisma natural lo convirtió rápidamente en una estrella, y su química con Newman se consolidó más tarde en “El golpe” (1973), otra película de culto. Pese a su estrecha amistad, nunca volvieron a trabajar juntos después de esos clásicos.
Fue la imagen del romanticismo en filmes como África mía, se implicó políticamente en El candidato y Todos los hombres del presidente, y rompió su propia imagen de galán en papeles arriesgados como el jinete alcohólico de El jinete eléctrico o el millonario en Una propuesta indecente.
Aunque nunca ganó el Oscar como actor, su debut como director con Gente como uno (1980) le valió dos estatuillas, incluida la de Mejor Director. En 2001, recibió un Oscar honorífico por su carrera y su inquebrantable apoyo al cine independiente.
Redford usó su fama y fortuna para fundar en los años 70 el Instituto Sundance, que más tarde daría origen al Festival de Sundance, considerado hoy uno de los escenarios más importantes del cine independiente en el mundo. Gracias a su visión, cineastas emergentes encontraron una plataforma para contar historias personales y audaces, mucho antes de que lo “indie” se convirtiera en tendencia.
“Algunas personas hacen terapia. Yo tengo Utah”, dijo alguna vez, en referencia a su retiro en ese remoto estado, donde también encontró la privacidad que la fama le había robado. Fue allí donde construyó Sundance, no solo como institución cultural, sino también como refugio personal.
Redford fue un hombre reservado. Estuvo casado más de 25 años con su primera esposa, de quien se divorció en 1985, y en 2009 se casó con la artista alemana Sibylle Szaggars. Siempre discreto, también fue un firme defensor de causas ecologistas, apoyando organizaciones como el Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales y la Federación Nacional de Vida Salvaje.
Nunca se interesó por entrar en política, pero no temía expresar su opinión. En una entrevista de 2017, durante la presidencia de Donald Trump, expresó su preocupación: “La política está en un lugar muy oscuro ahora mismo. Trump debería renunciar por nuestro bien”.
Antes de ser actor, Redford soñó con ser pintor. Estudió arte en Italia y en Nueva York, y fue casi por accidente que se subió a un escenario. En 1959 ya actuaba en Broadway, y su carrera en el cine comenzó poco después. Rechazó el papel de Dustin Hoffman en El graduado, pero aceptó otros que lo catapultaron como protagonista de una generación.
Durante las últimas décadas de su vida, redujo su presencia frente a las cámaras para enfocarse en la dirección y volver a su primer amor: el arte. Una de sus últimas apariciones fue en Our Souls at Night (2017), donde se reunió con Jane Fonda, su compañera de reparto en varias ocasiones. “Es un gran besador”, dijo Fonda, entre risas, al recordar trabajar con él a sus casi 80 años.
A pesar del éxito, Redford siempre fue crítico con la fama. “La gente ha estado tan ocupada relacionándose con mi aspecto que es un milagro que no me haya convertido en una masa de protoplasma acomplejado. No es fácil ser Robert Redford”, confesó una vez.
Su muerte marca el fin de una era en Hollywood, pero su legado, tanto frente como detrás de cámaras, continuará inspirando a generaciones de artistas y soñadores que, como él, creen en el cine como una herramienta para cambiar el mundo.