La búsqueda incesante de la felicidad y de una mentalidad positiva es una tendencia masiva y generalizada en el mundo moderno, avivada por una industria global de materiales de autoayuda, investigaciones, consultores, mentores y charlas de motivación, genera hasta 11.000 millones de dólares al año.
Sin embargo, el estado de bienestar prolongado o incluso permanente es impropio de la condición humana, ya que “no fuimos diseñados para ser felices”, sostiene Rafael Euba, experto en psiquiatría de tercera edad del King’s College London (Reino Unido), en un artículo publicado la semana pasada en el portal The Conversation.
Según explica, la felicidad es un mera construcción cultural abstracta que, a diferencia del sufrimiento y del placer, no ha podido ser asociada con ninguna de las áreas del cerebro humano, por lo que “carece de base biológica”, explica el autor.
Euba argumenta que la naturaleza nos programó para perseguir dos objetivos esenciales: “sobrevivir y reproducirnos, como hacen todas las demás criaturas en el mundo natural”. Para ello, a nivel neurológico, el proceso de la evolución “desalienta el estado de alegría, ya que hace que bajemos la guardia ante potenciales peligros para nuestra supervivencia”.
La naturaleza, en su opinión, demuestra claramente estas prioridades al haber proporcionado a nuestros cerebros un lóbulo frontal desarrollado, favoreciendo nuestras capacidades analíticas sobre la habilidad natural de experimentar felicidad.
Por otra parte, si para la naturaleza las emociones negativas fueran meros obstáculos para alcanzar la felicidad, sería de esperar que estas desaparecieran a lo largo del proceso evolutivo. Sin embargo, según datos de la ONU, actualmente más de 300 millones de personas en todo el mundo —cerca del 4 % de la población del planeta— sufre depresión, a la que algunos científicos incluso atribuyen un rol evolutivamente útil.
Para estos investigadores, la depresión sirve a modo de mecanismo de adaptación ante las adversidades que distancia al sujeto de las situaciones peligrosas e irreversibles o que le ayuda a reducir y resolver problemas complejos mediante la rumiación mental.
Así, mientras muchos de los promotores del pensamiento positivo suelen recurrir a la metáfora de ‘los árboles que nos impiden ver el bosque’, la tristeza nos puede ayudar a enfocarnos precisamente en el ‘árbol’, es decir, en los detalles, al lidiar con una situación compleja, argumentan los autores de una investigación de la Universidad Estatal de Pensilvania.
Por último, Euba recuerda que los seres humanos somos capaces de experimentar simultáneamente emociones positivas y negativas que son procesadas por sectores diferentes del cerebro, “correspondiéndose mejor esta coexistencia de placer y de dolor con nuestra realidad” que la expectativa de una dicha absoluta, pero inasequible.
El experto concluye que al dedicar gran cantidad de tiempo y esfuerzo a perseguir la felicidad, huyendo al mismo tiempo “cualquier nivel de sufrimiento como de algo implícitamente anormal y patológico”, solo conseguimos “fomentar un sentimiento de carencia y de frustración”. Por todo ello, invita a no percibir la insatisfacción ocasional como señal de fracaso, sino como parte de nuestra esencia humana.