Hasta su muerte, el nombre de Emily Dickinson era conocido únicamente por sus familiares y amigos más cercanos. Quienes convivían con ella, sabían de su pasión por la literatura pero pocos imaginaban que años después se convirtiera en una de las poetisas más importantes del siglo XIX de los Estados Unidos y del mundo. La suya fue una vida sencilla y relativamente normal, hasta que un día tomó una drástica y extraña decisión, recluirse en un habitación para siempre.
Emily Elizabeth Dickinson nació en Massachussetts el 10 de diciembre de 1830 en el seno de una familia acomodada. Junto a sus padres y sus dos hermanos, Emily creció en un ambiente de austeridad pero también de amor y cariño.
Nada en la vida previa a su reclusión parecía indicar que Emily tomaría esa curiosa senda vital. De niña pudo estudiar en varios centros educativos en los que aprovechó excepcionalmente el tiempo. Primero en la Academia Amherst en la que sus padres no dudaron en matricularla en cuando el centro empezó a aceptar niñas en sus aulas.
Tiempo después, acudió al seminario femenino de Mount Holyoke. Emily aprendió disciplinas como historia, geología, literatura, matemáticas, así como griego y latín que le permitieron leer clásicos en su idioma original. También recibió una piadosa educación religiosa. La joven supo aprovechar la oportunidad de aprender tan amplio programa académico, algo poco habitual para las mujeres del siglo XIX.
Todo lo que aprendió fue importante fuente de inspiración para la que sería su auténtica vocación, la poesía. Al parecer, siendo una niña empezó a rimar y ya nunca dejó de escribir miles de hermosos versos. Versos que quedaron escondidos durante mucho tiempo bajo su propia custodia pues muy pocos de ellos salieron a la luz y lo hicieron en forma de cartas personales a sus seres queridos.
Sus amplios conocimientos de biología y botánica, por ejemplo, Emily los transformó en hermosos versos de alabanza a la naturaleza:
Naturaleza no es lo que vemos,
la montaña, el poniente, la ardilla,
el eclipse, el abejorro, no,
naturaleza es el cielo,
naturaleza es lo que oímos,
el bobolink, el mar, el trueno, el grillo, no,
naturaleza es la armonía,
naturaleza es lo que sabemos,
no tenemos arte para decirlo,
tan impotente es nuestra sabiduría
para tanta simplicidad.
Cuando Emily volvió a casa desde Mount Holyoke en 1848, ya no regresó a la escuela. Sin embargo, aún en aquella época, nada parecía presagiar la extraña decisión que tomaría años después. Emily vivió en la casa familiar, acompañada de sus padres y su querida Lavinia, su hermana pequeña. Cuando su hermano Austin se casó, él y su esposa se instalaron en una casa colindante por lo que Emily pudo disfrutar de la compañía de su cuñada Susan, a la que quería como una hermana.
La vida de Emily era como la de las otras jóvenes de su tiempo con la salvedad de que pasaban los años y no tomaba una decisión respecto de su futuro. En aquella época, una muchacha de su edad debía optar por el matrimonio o la vida religiosa pero ella parecía ser feliz cuidando de los suyos, acudiendo a la iglesia, dando paseos por el campo y disfrutando de algunas actividades de la comunidad como participar en obras benéficas.
Su vida empezó a cambiar poco a poco a medida que sus seres queridos se fueron marchando. La muerte de algunos de sus amigos más cercanos y algunos de sus familiares más cercanos afectaron mucho a Emily que empezó a recluirse en su casa. Aún entonces daba pequeños paseos por el jardín y se movía por las estancias de la casa. Pero hacia 1870, ya nadie volvió a verla. Vestida de blanco, se quedó para siempre en su habitación.
El 15 de mayo de 1886, Emily dejó de respirar. Había pasado más de quince años recluida en su habitación. Pero no había perdido el tiempo. Cuando Lavinia entró para recoger los objetos personales de su querida Emily descubrió con gran sorpresa una gran cantidad de libros meticulosamente encuadernados a mano. Estas pequeñas joyas custodiaban miles de versos que Lavinia se encargó de sacar a la luz para que el mundo pudiera conocer el genio que durante años había permanecido oculto en su hogar.
Por alguna razón, Emily Dickinson optó por alejarse del mundo y no salir de su propio hogar. Pero el genio de la poeta no se detuvo y en aquel pequeño universo de reclusión, la pluma y sus versos se convirtieron en sus fieles compañeros. Emily no necesitó salir de su cuarto para sentirse libre porque la libertad la sentía en su propia alma:
No es necesario ser un cuarto
para estar embrujado
ni una casa
el cerebro tiene corredores que superan
los lugares materiales.
vía aleteia.