Javier A. Cervantes / Grupo Cantón
Cancún,-El pozole, uno de los platillos más emblemáticos de la gastronomía mexicana, tiene un origen que se remonta a las ceremonias sagradas de las culturas prehispánicas, particularmente entre los mexicas.
Más que solo una comida festiva, el pozole fue en sus inicios un alimento ritual cargado de simbolismo y poder.
La palabra pozole proviene del náhuatl pozolli, que significa “espumoso”, en alusión al maíz cacahuazintle que revienta al cocerse con cal, formando una apariencia esponjosa característica del platillo.
En el México precolombino, el pozole era preparado en ceremonias religiosas importantes.
Según cronistas como fray Bernardino de Sahagún, en estas ocasiones se usaba carne humana proveniente de los sacrificios rituales, mezclada con el maíz, en honor a dioses como Xipe Tótec o Huitzilopochtli.
Con la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI y la prohibición de los sacrificios humanos, la receta cambió.
La carne humana fue sustituida por carne de cerdo, introducida por los europeos y considerada similar en sabor.
A pesar de esta transformación, el pozole conservó su carácter ritual, ahora asociado a celebraciones religiosas y patrias.
El platillo evolucionó con el tiempo y se diversificó según la región, dando lugar a variantes como:
Pozole blanco, común en la Ciudad de México y Guerrero.
Pozole rojo, típico de Jalisco y el occidente del país.
Pozole verde, preparado en regiones del sur como Guerrero, con ingredientes como pepita de calabaza y tomatillo.
Hoy, el pozole es un símbolo de identidad nacional y se sirve en fiestas patrias, reuniones familiares y celebraciones populares. Su preparación continúa siendo una experiencia colectiva que reúne a generaciones alrededor del fogón y del sabor.
Detrás de cada plato de pozole hay siglos de historia, mezcla de culturas y un legado que sigue vivo en cada celebración mexicana.