AUSTRALIA.- Quien pensara que las batallas eran cosa de los seres terrenales estaba muy equivocado. Los dioses también luchan entre ellos en el Olimpo. Luchan y también lloran si la emoción incontenible así lo exige. Como en 2009, las lágrimas de Roger Federer volvieron a estar presentes en una final del Open de Australia. La diferencia estuvo en que el estallido del llanto fue, en esta ocasión, de alegría, pues el suizo le tomó prestada la épica habitual que acompaña a Rafa Nadal -mismo protagonista de hacía ocho años-, para imponerse en otra final de escándalo entre ambos (6-4, 3-6, 6-1, 3-6, 6-3).
Federer vuelve a mandar en la cima del tenis. Lo hizo a costa de su gran amigo y eterno rival que se vació en otro homenaje a este deporte. La final de Melbourne estuvo a la altura de lo que nos han acostumbrado estos dos colosos de la raqueta desde que en 2004 cruzaron por primera vez sus caminos en Miami. No faltó emoción a raudales ni tampoco el suspense de una película de Hitchcock. Tuvo que ser el ojo de halcón el encargado de confirmar que la enésima bola a la línea del helvético era buena para coronarle de nuevo ante su bestia negra.
Al más puro estilo Nadal
El suizo fue capaz de levantar un 3-1 adverso en el quinto set y de salvar dos bolas de break cuando sacaba para llevarse el torneo
Nadal nunca se rindió, pero nada pudo hacer ante la precisión de relojería del suizo, brillante en su máximo esplendor como hacía tiempo que no sucedía al estar ausente de las grandes citas. Su último triunfo en un Grand Slam databa de julio de 2012, algo que para muchos parecía un meta ya inalcanzable con la tiranía de Djokovic y la irrupción de Murray en el circuito.
Federer fue capaz de remontar un 3-1 en contra en el quinto parcial, cuando el partido parecía destinado a seguir el guión habitual de los triunfos de Nadal. El de Manacor remontó el 2-1 y con la rotura a su favor en el último set parecía imposible que se le escapara. Pero Roger se vistió momentáneamente de Rafa, aferrándose al partido con uñas y dientes, como si no hubiera mañana. A sus 35 años, sabía que era una oportunidad única para volver a reinar. (Fuente: Tabasco Hoy)