Voces

“Yo no olvido al año viejo…”

Hay momentos en la vida en los que, motivados por la esperanza, planeamos objetivos y metas a corto, mediano o largo plazo.

Trazamos estrategias, organizamos agendas, calculamos esfuerzos y nos lanzamos con disciplina a cumplir cada propósito del día, del mes o del año. Sin embargo, por muy bien diseñado que esté el plan y por mucho empeño que pongamos, los resultados no siempre llegan.

El balance final suele ser desalentador: metas no alcanzadas, expectativas frustradas, etc.

Entonces aparecen las palabras incómodas: fracaso, pérdida, mala experiencia, mala racha. No todos pueden cantar con alegría y nostalgia aquello de “yo no olvido el año viejo, porque me dejó cosas muy bonitas”. Para muchos, el año que termina deja cansancio más que gratitud.

El problema no es solo lo vivido, sino lo que viene después: la resistencia a cambiar, a intentarlo de nuevo, a creer que aún hay oportunidades. Tras una experiencia dolorosa, muchos se estancan y desisten de mirar el futuro con esperanza renovada, aun cuando cada mañana Dios ofrece nuevas y frescas oportunidades en su gracia.

El evangelio de Lucas 5:1–11 retrata con crudeza esta experiencia humana. Los pescadores que seguían a Jesús no eran improvisados; eran expertos en su oficio. Habían trabajado toda la noche, invertido tiempo, conocimiento y fuerza física. Tal vez planearon la jornada, eligieron el lugar adecuado, buscaron el cardumen y ejecutaron la estrategia correcta.

Sin embargo, tras lanzar y recoger las redes una y otra vez, regresaron exhaustos y con las manos vacías. El diagnóstico era claro: una noche perdida, objetivos frustrados.

La escena recuerda a Santiago, el pescador de El viejo y el mar de Ernest Hemingway: ochenta y cuatro días de intentos fallidos y, cuando finalmente logra atrapar el gran marlín, regresa solo con el esqueleto.

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Lucha, perseverancia y dignidad… pero sin el resultado esperado. No siempre el plan y el esfuerzo garantiza el éxito.

En Lucas, los pescadores ya no están pescando; están lavando las redes. Es el gesto silencioso de quien ha aceptado la derrota y se prepara para cerrar el ciclo.

Es ahí —no en el momento del triunfo, sino en el del cansancio y fracaso— donde aparece Jesús. Pide que alejen un poco la barca y la conviertan en púlpito para anunciar los valores del Reino de Dios. Primero habla; luego interviene.

Cuando termina de enseñar, se dirige directamente al cansado y frustrado Pedro, y le dice: “Lleva el bote a aguas profundas y echen las redes para pescar”.

La orden desafía la experiencia, la lógica y el ánimo. Volver a intentarlo es precisamente lo que Pedro no quería hacer. Regresar al lugar de la amarga experiencia fatigado o volver a comenzar después de la pérdida de tiempo. A nadie agrada.

El texto sugiere una verdad incómoda: muchas veces la mayor resistencia al cambio no nace del miedo al futuro, sino del agotamiento y recuerdo de la amarga experiencia del pasado.

Pero también afirma algo esperanzador: el fracaso no tiene la última palabra. A veces, el cambio comienza cuando uno se atreve —aunque cansado— a echar las redes una vez más.

Pedro, dice algo interesante: “Toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red”.

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En medio de su crisis emocional y de fe, decide intentarlo una vez más, deja de escuchar la voz de la amarga experiencia, y en medio de su inseguridad lo vuelve intentar, pero guiado por la brújula de la palabra de su maestro, no por el recuerdo de la mala experiencia vivida.

¿Y tú cómo vas a iniciar el 2026? ¿Vas a adentrarte con sentimiento de fracaso y frustración o con expectativa renovada? ¿Qué brújula o GPS será tu guía este año 2026?

 

 

Nombre: Reyes Saúl Bak Poot

Correo electrónico: ministrosaul@hotmail.com

 

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Publicado por
Daniela Balbuena