En 2025, cuando el año estaba por concluir, Tulum enfrentó uno de los intentos de control territorial más agresivos de su historia reciente.
En pocos meses, la Sedena concentró poder sobre el aeropuerto, el Tren Maya, la vigilancia, el Parque Jaguar y hasta los accesos a las playas.
Lo llamaron “ordenamiento”. En los hechos, fue un modelo en el que el municipio pagaba y otros cobraban.
El punto de quiebre llegó cuando el Parque Jaguar pasó a manos militares y el espacio público se convirtió en taquilla.
La Sectur fijó tarifas de 255 pesos para nacionales y 415 para extranjeros, luego de cobros que superaron los 500 pesos. El impacto fue inmediato: el flujo local cayó cerca de 20 % y la economía resintió el golpe. Artesanos, restauranteros y prestadores de servicios reportaron caídas de hasta 30 % en sus ingresos.
La presión social y la intervención municipal obligaron a modificar el esquema. Los residentes recuperaron el acceso gratuito y varios caminos públicos —que ya se trataban como “propiedad federal”— fueron reabiertos.
Pero la pregunta incómoda sigue intacta: ¿a dónde fue el dinero? Cada boleto alimenta a Grupo Mundo Maya/GAFSACOMM, la empresa militar que centralizó la recaudación. Cero retorno para el municipio. Cero inversión local. Cero transparencia.
Frente a esa maquinaria, el gobierno del presidente municipal Diego Castañón decidió no ceder.
Defendió la gratuidad para residentes, sostuvo accesos que estaban prácticamente clausurados y frenó la expansión de controles militares sobre zonas históricamente comunitarias.
No fue un trámite administrativo: fue el freno político más claro del año.
Y por eso llegaron los ataques: columnas surgidas de la nada, “activistas exprés” selectivamente indignados y campañas que evitaron el debate de fondo mientras protegían intereses económicos disfrazados de causas ambientales.
Porque en Tulum, la disputa nunca fue solo turística ni ecológica. Fue —y sigue siendo— territorial y financiera. Y en 2025, por primera vez en mucho tiempo, el municipio decidió no agachar la cabeza. No por discurso, sino por resultados.