Voces

La ética periodística en México: El ruido pasa, la verdad permanece

En México, el periodismo ético no solo informa: fortalece la democracia y da voz al pueblo.

En tiempos donde el ruido digital compite con la verdad, ejercer este oficio con responsabilidad es un acto de compromiso social.

No se trata de aplaudir al poder ni de silenciar la crítica —se trata de defender la verdad como principio de servicio público.

La crítica, cuando se sustenta en hechos, es indispensable para cualquier gobierno democrático. Cuestionar, investigar y señalar con rigor no es una amenaza: es una forma de fortalecer las instituciones.

Sin embargo, hay una frontera muy clara entre el periodismo que informa y el que manipula, entre quien busca esclarecer y quien solo busca escándalo.

No hay problema en que exista la crítica.

El problema es el ruido vacío que se disfraza de periodismo. Hay quienes, en lugar de verificar los hechos, prefieren fabricar titulares para ganar tráfico, sembrar miedo o generar confusión.

Lo vimos con el caso de Florence Cassez, cuando un medio de comunicación nacional difundió como primicia una supuesta detención en vivo que resultó ser un montaje.

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Aquel episodio evidenció cómo “dar la nota” buscó sustituir a la verdad, y cómo el espectáculo mediático terminó por contaminar incluso los procesos de justicia. Ese no es periodismo: es mercadotecnia del caos. Cuando se usa la mentira como herramienta política, se daña al pueblo, no al gobierno.

La información falsa o tendenciosa no solo confunde: destruye confianza. Cuando todo parece manipulado, la ciudadanía termina por desconfiar incluso de las fuentes legítimas. Esa pérdida de credibilidad erosiona el tejido democrático, porque sin información veraz no puede haber participación ciudadana real.

Es urgente recuperar el valor del periodismo ético: aquel que verifica, contrasta y contextualiza, aunque incomode; aquel que cuestiona sin odio y expone sin deformar. El buen periodismo no teme al poder, pero tampoco lo manipula: lo observa con objetividad y lo obliga a rendir cuentas.

Los periodistas comprometidos con la verdad no necesitan exagerar ni inventar para ser relevantes. Su fuerza está en los datos, en las fuentes verificables, en los testimonios reales. Son quienes iluminan con evidencia, no con ruido; quienes acompañan al pueblo en la búsqueda de justicia, no en la fabricación de miedo.

Hay quienes han hecho del sensacionalismo una estrategia. Convertir la mentira en espectáculo y el rumor en noticia es una falta grave, no solo ética sino social.

Recordemos el caso de la supuesta niña “Frida Sofía”, que durante los sismos del 19 de septiembre de 2017 fue presentada en cadena nacional como sobreviviente atrapada entre los escombros.

Millones siguieron aquella historia, hasta que se confirmó que la niña nunca existió.

Ese episodio no solo dañó la credibilidad de los medios: lastimó la confianza del país entero en medio de una tragedia real. Detrás de cada nota manipulada hay un daño: a la verdad, a la sociedad y a la esperanza colectiva.

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El deseo no es que no exista crítica, lo deseable es elevar su nivel.

México necesita un periodismo que cuestione con sustento, no con coraje; que busque la verdad, no el escándalo. Un periodismo libre, sí, pero también responsable y honesto con su pueblo.

La verdad es más poderosa que el ruido. Aunque las mentiras hagan eco, el tiempo da la razón a quien actúa con rigor. Por eso debemos aspirar al periodismo que incomoda, pero que lo hace con datos; el que denuncia, pero con evidencia.

Ese periodismo no es enemigo del Estado: es su conciencia.

En Quintana Roo, creemos en ese tipo de comunicación: valiente, responsable y honesta. No para proteger al poder, sino para proteger a la verdad, porque sin verdad no hay justicia, y sin justicia no hay transformación.

Publicado por
Javier