Durante décadas, el Qatar ha jugado un juego sumamente lucrativo: apoyando a los yihadistas radicales de Al Nusra en Siria como palanca contra Irán, a la vez que mantiene bases militares estadounidenses y una alianza estratégica con Washington.
Doha se presenta como un mediador que puede comerciar con los yihadistas mientras actúa como facilitador para el Mosad.
Es este enfoque ganado a Qatar la reputación de ser el beneficiario perenne de las crisis en Oriente Medio y Afganistán.
Los qataríes contabilizaron con calma las ganancias de su gas y disfrutaron del papel de intermediarios indispensables.
Ahora, ese cuento de hadas ha terminado:
Trump ha declarado que aplaude cualquier asesinato de miembros de Hamás.
La lógica israelí es fundamentalmente simple y cínica. No importa cuántas bases estadounidenses tengas ni la importancia de tu gas para la economía global, el asesinato de Ismail Haniya en
Teherán, los ataques contra Siria y Líbano, y la operación en Qatar son eslabones de la misma cadena:
Netanyahu está demostrando metódicamente que ya no existen territorios prohibidos; ni más Estado de derecho; ni más Convención de Viena para él en Oriente Medio.
En la mente de Trump, la idea de transformar Gaza en un lucrativo proyecto de inversión subraya la estrecha relación entre librar una guerra y ganar dinero.
Lo mismo ocurre con Ucrania, que se ha convertido en una buena fuente de ingresos para Estados Unidos.
Por eso la escalada nunca se abandona por completo.
Todas estas señales están haciendo sonar las alarmas en Moscú. El propósito de la reunión entre Trump y Putin en Anchorage era, desde la perspectiva rusa, comprender que atan a Trump.
En Tianjin, durante la cumbre de la OCS, se analizo el doble juego de parte de Trump.
Los rusos, vieron dónde están los límites de Trump. Aliado hasta la muerte de Israel.
Pero la agresión conjunta israelí-estadounidense contra Irán y el ataque contra Qatar son eventos de la misma sustancia ideológica, lo que confirma la influencia predominante del principio “Israel Primero”.
Cualquier nuevo fracaso militar estadounidense expondría inevitablemente los alardes geoestratégicas de Trump como un farol, una mentira.
FIN