Cada vez que un negocio no aparece en Google, la frase es la misma: “Es que el algoritmo cambió.” Y con eso se dan permiso de no hacer nada más.
El algoritmo se ha convertido en el villano perfecto. Invisible, misterioso, impredecible. Una excusa elegante para no revisar lo básico. Pero aquí va la verdad incómoda: la mayoría de las veces no es el algoritmo… es la estrategia (o la falta de ella).
Google no es un monstruo caprichoso. Es un sistema que persigue una sola cosa: dar la mejor respuesta posible a una persona real. Nada más. Nada menos.
El problema es que muchos negocios siguen creyendo en mitos que ya deberían estar enterrados.
Primer mito: “Google premia al que publica más.” No. Google premia al que responde mejor. Puedes publicar todos los días, pero si no dices nada útil, claro y relevante, no pasa nada.
Segundo mito: “El SEO es puro truco técnico.” Tampoco. El SEO técnico ayuda, sí, pero no sustituye el contenido útil. Un sitio rápido y bien estructurado sin información valiosa es como un restaurante bonito… sin comida rica.
Tercer mito: “Con meter palabras clave ya la armé.” No. Google ya entiende contexto, intención y lenguaje humano. Repetir palabras como loro no posiciona. Explicar bien sí.
Cuarto mito: “El algoritmo odia a los negocios pequeños.” Falso. Google ama a los negocios claros, confiables y útiles, sin importar su tamaño. He visto empresas pequeñas ganarle a marcas enormes solo por explicar mejor lo que hacen.
Entonces, ¿qué sí importa de verdad para aparecer en Google?
Importa que tu contenido responda preguntas reales. Importa que hables como habla tu cliente, no como folleto corporativo. Importa que tu sitio cargue rápido, sea claro y fácil de usar. Importa que tu negocio tenga presencia local real: Google Maps bien trabajado, reseñas, horarios, fotos actualizadas. Importa que seas constante, no mágico.
Y aquí viene algo clave: Google no posiciona páginas, posiciona experiencias.
Si alguien entra a tu sitio y entiende rápido qué ofreces, si confía, si encuentra respuestas, si no se frustra… Google lo nota. Si entra y se va porque no entiende nada, porque está lleno de humo o promesas vacías, Google también lo nota.
El algoritmo no te castiga. El algoritmo reacciona a cómo las personas interactúan contigo.
Por eso, cada vez que alguien me dice “es que Google ya no me quiere”, yo siempre pienso lo mismo: ¿realmente estás ayudando a quien te busca… o solo estás intentando gustarle a una máquina?
Porque cuando dejas de obsesionarte con el algoritmo y empiezas a enfocarte en las personas, pasa algo curioso: Google empieza a ponerte justo donde debes estar.
Y esa es la parte que nadie quiere escuchar: no hay truco. No hay atajo. Solo claridad, utilidad y constancia.
Nos leemos el próximo miércoles.