Voces

Despedirse: el arte de volver a nacer

Mientras disfruto el primer sorbo de café, recuerdo que desde pequeña fui alimentando la idea de que las personas con las que lograba una conexión se iban pronto de mi vida.

Tuve que despedirme de mi mascota, de mis mejores amigas, de mi hermana y de mi padre; unos por cambio de residencia, de escuela o por oportunidades de trabajo, y otros, incluso, porque fallecieron.

A una corta edad ya contaba con una larga lista de despedidas en mi historia. Esta peculiaridad en mi vida me orilló a desarrollar una filosofía sobre el adiós que me permitiera sobrevivir a su nostalgia.

Tras años de expeiencia, comencé a reflexionar que despedirse suele vivirse como una pérdida, pero podría mirarse como una forma de renacer. No hay despedida que no nos transforme.

No hay adiós que nos deje intactos.

Heráclito lo pensó hace siglos: no entramos dos veces en el mismo río porque el río ya no es el mismo, pero tampoco lo somos nosotros. Desde esta mirada, despedirse no es abandonar algo que permanece, sino aceptar que aquello —y nosotros con ello— ya está en movimiento.

Sin embargo, hoy las despedidas ocurren de manera aún más frecuente según el sociólogo Zygmunt Bauman, quien describió nuestra época como líquida debido a los vínculos frágiles, identidades móviles, certezas que se disuelven con facilidad. En este contexto, lo que en mi niñez era un acontecimiento solemne hoy es, para muchos, una experiencia cotidiana: cambios de trabajo, de ciudad, de relaciones, incluso de versiones de nosotros mismos. Aprendemos a soltar no porque queramos, sino porque la vida ya no se deja retener.

Entre Heráclito y Bauman, la despedida deja de ser un hecho trágico y se vuelve una condición de la existencia.

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Si todo fluye, resistirse al adiós es resistirse al mundo. Pero aceptar el cambio no debería implicar ligereza: al contrario, toda despedida auténtica duele, precisamente porque algo tuvo sentido.

Quizá, como advierte Bauman en Amor líquido, aprender a despedirnos sea hoy tan necesario como aprender a amar.

En un mundo que fluye, renacer no es prometer permanencia, sino encontrar sentido en el tránsito.

Tal vez filosofar consista justamente en eso: aceptar el movimiento y sostener, aun en la incertidumbre, la posibilidad de comenzar.

¿Prefieres vivir sin comprometer demasiado los sentimientos o vivir radicalmente, sabiendo que eso hará más difícil la despedida?

Sugerencia para un buen café filosófico:

Bauman, Zygmunt. Vida líquida.

¡Hasta el próximo cafecito!

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Publicado por
Javier