“Tinta del cielo”
DEJA DE CONTARTE ESE VIEJO CUENTO
“Hay memorias que no liberan: solo enseñan a amar la jaula.”
El 10 de diciembre de este año, salí a pedalear como de costumbre. Llegué a mi meta, me detuve y comencé a realizar un poco de calistenia. En eso estaba cuando se acercó una persona de escasos cuarenta años, y comenzó a buscarme platica. Comenzó diciendo, yo fui esto, yo gané este premió, etc. Pero, me dejó mi vieja…
Fue entonces que le dije, ¡Deja de contarte ese viejo cuento! Mírate, como estas, sucio, abandonado en el alcohol, extendiendo tu mano para unas monedas. Si tu vieja te dejó, se fue, pues ya se fue y punto. Sal de ese viejo y torturante cuento de que te abandonaron.
El pueblo de Israel repetía una escena inquietante: cada vez que se encontraba frente a un nuevo obstáculo, evocaba con nostalgia sus “buenos tiempos” en Egipto. Hablaban de ollas llenas, pan asegurado y cierta estabilidad (Éxodo 16:3, Números 11:5). Pero olvidaban el látigo, la servidumbre y la humillación diaria. Ese autoengaño colectivo no es un accidente histórico; es un patrón humano profundo. Erich Fromm lo llamó “miedo a la libertad”: cuando el desafío de vivir como personas responsables y autónomas resulta más aterrador que las cadenas conocidas.
Fromm explicaba que la libertad no es solo un derecho; es una responsabilidad. Exige elegir, asumir riesgos, equivocarse y avanzar aun en los riesgos y sin sabores de la vida. Frente a ese vértigo, muchas personas —y muchos pueblos— prefieren la seguridad falsa del pasado, incluso si ese pasado era destructivo. La esclavitud, por cruel que fuera, tenía un orden predecible. La libertad, en cambio, abre un territorio incierto, pero en esos riesgos esta los nuevos disfrutes de la oportunidad.
A esto se suma otro mecanismo estudiado por la psicología moderna: la indefensión aprendida. Cuando alguien pasa demasiado tiempo bajo opresión, llega a creer —equivocadamente— que ya no puede cambiar su condición. Se acostumbra y normaliza el sufrimiento que vive, cuando se le abre la puerta, no sabe caminar hacia afuera. Israel salía de Egipto, pero Egipto seguía instalado en su mente.
No estamos tan lejos de esa generación en el desierto. Sociedades enteras regresan mentalmente a modelos autoritarios porque la autonomía democrática los incomoda. Familias idealizan relaciones abusivas. Personas vuelven a hábitos que las destruyen porque lo nuevo parece demasiado exigente.
La pregunta es directa: ¿qué “Egipto” seguimos romantizando? Reconocer el miedo a la libertad y desmontar la falsa creencia del no puedo es el primer paso para caminar hacia una vida que no dependa de viejas cadenas.
La memoria puede ser un mapa o una cárcel. Elegir cuál de las dos será, marca toda la diferencia. Cristo vino a traer libertad, así que, en su gracia, no existe no puedo, que valga.
Escrito por: Reyes Saúl Bak Poot
Correo electrónico: ministrosaul@hotmail.com