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19 abril, 2024

Astillero

¿Quién, en la final, contra AMLO?

En los ajustes a las leyes electorales que suelen hacerse después de las contiendas importantes, sobre todo si son reñidas o con abiertas acusaciones de fraude, deberá incluirse la eliminación del periodo de impostura que acaba de terminar, el de las “precampañas”, y el que ya ha empezado el de “intercampañas”.
Ningún país debería acostumbrarse a la pautada simulación cívica que, en estas semanas recientes, implicó la falsedad de difundir propaganda electrónica (radio y TV) a diestra y siniestra, bajo el mentiroso acotamiento de que sólo era dirigida a los militantes de determinado partido, y en específico a los delegados o a quienes habrían de elegir candidatos en convenciones o actos internos similares. Otro engaño vergonzoso, a causa de esa pésima conceptualización legislativa, ha sido el de no declarar abiertamente a los candidatos partidistas como tales, siendo únicos y, por tanto, virtuales ganadores de sus procesos internos aunque fuera solo con el voto del propio interesado. Falsos precandidatos en falsas precampañas, en una pérdida de tiempo ciudadano, con un gasto innecesario de recursos y en una preocupante “normalización” masiva de la falsedad electoral.

Al final de ese periodo de “precampañas”, poco ha cambiado en el escenario electoral. El puntero sigue adelante, con una distancia notable no sólo en las manipulables encuestas de opinión a la mexicana sino, sobre todo, en el ánimo social, harto de todo lo que ofrecen y significan los políticos tradicionales, sobre todo los que ahora están en el poder federal. López Obrador fue, en todo caso, el “precandidato” que mejor aprovechó este tramo, proponiendo gabinete y aspirantes a fiscales, eludiendo propaganda negativa referida a Venezuela y Rusia y fijando muchos temas de la discusión pública.

Sus dos contendientes centrales poco pudieron hacer. José Antonio Meade perdió la oportunidad de desmarcarse del priismo del que no forma parte en términos de padrón de afiliados, zigzagueante en la definición de su perfil, experimental, insólitamente (para un candidato presidencial priista) sometido al método de prueba y error. Ricardo Anaya Cortés solamente se posicionó en términos de mercadotecnia política elemental: dicente en inglés y francés, músico, trepador de torres en templetes, pose e imagen.

El enigma está, en todo caso, en la evolución de esos dos competidores rezagados. Hay una generalizada opinión de que solo con un segundo lugar fuerte, bien definido, se podrían concentrar las fuerzas hasta ahora dispersas de quienes no desean que López Obrador llegue a Palacio Nacional. En ese carril especulativo, hay quienes suponen que una jugada “maestra” del priismo y sus aliados sería aceptar que muchos mexicanos no desean más PRI en el poder y, por ello, sería más aceptable la figura alterna del sistema, que sería el joven Anaya, cultivado en meses recientes en el ejercicio de un oposicionismo que no es genuino.

A la gelatinosa primera fase de las “precampañas” sigue la igualmente imprecisa y probablemente poco productiva etapa “intercampañas”. Se pretende que haya propaganda política, pero no electoral; que los partidos promuevan sus ideas y postulados, pero no los nombres de sus candidatos; que haya conferencias de prensa y actividad en medios, pero sin que los candidatos declarantes utilicen los méritos o deméritos de lo que vayan diciendo para promover sus aspiraciones (en todo caso, por dar un ejemplo, mientras los aspirantes presidenciales estén semiatados, los secretarios del gabinete peñista tendrán la oportunidad de aprovechar el tiempo relativamente neutro, para convencer a los mexicanos de lo bueno que sería darle continuidad a esta administración).

El tablado magisterial vuelve a trastocarse. La segunda joya más importante de la corona del reformismo peñista, la educativa, está bajo fuego político desde dos flancos internos: por una parte, la tradicional disidencia, nucleada en las siglas de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la muy combativa CNTE y, por otra parte, la resucitada corriente que le sigue siendo leal a Elba Esther Gordillo, tácticamente realineadas ambas fuerzas, CNTE y elbismo (en diversos grados y con ciertas reticencias en el caso de la Coordinadora), bajo la promisoria y al mismo tiempo riesgosa sombrilla electoral que les ha ofrecido Andrés Manuel López Obrador como candidato reconciliatorio desde el partido Morena.

La CNTE ha vuelto a empujar con la fuerza que le es conocida, demandando en la Ciudad de México que se reinstalen mesas de negociación con el gobierno federal y retomando activismo callejero en algunas ciudades de sus estados clave, como Oaxaca, Michoacán, Chiapas y Guerrero. Las demandas centrales son la abrogación de lo que se ha llamado Reforma Educativa y la reinstalación de profesores despedidos. Además, coinciden con el elbismo en el rechazo por adelantado de los acuerdos a que pueda llegar el congreso del oficialismo, inaugurado ayer en Puerto Vallarta, y en el desconocimiento de las facultades del actual dirigente formal, Juan Díaz de la Torre.

El flanco elbista, en todo caso, es el más novedoso. Luego que un juez federal otorgó una suspensión provisional de las facultades de Juan Díaz de la Torre como presidente del buró directivo del SNTE, se ha vigorizado la peculiar oposición de los gordillistas a prácticas como las que en su momento encumbraron a Elba Esther y que en 2013 fueron ejecutadas de manera jurídicamente torpe por el peñismo para retirar a Gordillo del mando sindical y destrabar las vías laboral y política para la imposición de lo que se dio en llamar “reforma educativa”. Ayer, en Puerto Vallarta, Díaz de la Torre se esmeraba en proclamar la validez de su ejercicio y del congreso. El pleito judicial y político continuará en ese sindicato, cuyo caudal de votos y habilidades para la representación electoral está en el centro del litigio real inmediato, el que libran el priismo y el lopezobradorismo.

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¡Hasta mañana!

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