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28 marzo, 2024

México

Viaje a los orígenes de López Obrador

Tabasco.- Unos días después de la muerte de su madre, Candelaria Lázaro quitó el altar que la difunta mantuvo durante 30 años en honor a Andrés Manuel López Obrador. Una mañana de noviembre de 2012, la mujer desmanteló la mesa de madera que había en la sala de su casa repleta de veladoras y vasos con agua. En el centro de la tarima resaltaba la foto del candidato presidencial sobre una impecable manta tejida con hilos de colores. “Mi mamá, que ayudó a la primera esposa de Andrés Manuel en el cuidado de su primer hijo, todas las mañanas rezaba por él, para que no le fueran hacer daño o para que pudiera llegar a la presidencia”, cuenta Candelaria en el patio de su casa en Tucta, una localidad de Nacajuca, en el sureño Estado de Tabasco. “Se murió con ganas de verlo ganar”, confiesa.

Lázaro, una líder chontal de mansos ojos oscuros, conoce al líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) desde que era una niña. Le tocó, primero, presenciar el trabajo social que hizo en las comunidades chontales del Estado y después compartir con él las diversas luchas políticas que encabezó. “Muchos aprendimos de él. El problema es que nos hizo dependientes”, afirma la actual gobernadora de los pueblos indígenas de la entidad. Uno de sus grandes defectos, afirma, es que no acepta comentarios críticos y cree tener siempre la razón. “Andrés fue mi líder, pero ya no concuerdo con él en muchos puntos que van en contra de él mismo y de nosotros”, dice con un tono de escasa resignación.

Una parte importante de la historia de López Obrador se trazó en este pueblo: con los chontales. Su nombramiento en 1977 como director del Centro Coordinador Indigenista, una institución del Gobierno federal, fue crucial para la carrera política del hoy máximo favorito para ser el próximo presidente de México. Con 24 años de edad llegó a la sede de la dependencia en Nacajuca, un municipio ubicado a unos 30 kilómetros de Villahermosa, la capital de Tabasco. Pronto se adentró a las comunidades marginadas, como Tucta. Ahí organizó a los indígenas para construir camellones (terrenos flotantes donde cultivaron diversas hortalizas), dotó de viviendas a las personas que vivían en zonas pantanosas, entregó créditos a la palabra (sin aval) para la agricultura y se crearon cooperativas para vender artesanías locales.

Reyes Arias Román es uno de los pocos camelloneros que aún residen en Tucta y que trabajó con Obrador. “Antes esa actividad no existía aquí. Lo que hacíamos era irnos a trabajar a las fincas, a los potreros con los rancheros o a las haciendas a cortar cacao”, relata. En Tucta no había ni calles para acceder y conectarse con los poblados más cercanos: era una marginación tremenda, recuerda. “Cuando él vino a hacer reuniones aquí como representante del Gobierno y a preguntarnos cómo podía ayudarnos, la gente no le creía porque siempre habíamos sido engañados”, recuerda. “Pero él si nos cumplió, por eso aquí la gente lo estima”.

En 1988 cuando Obrador fue candidato del Frente Democrático Nacional a la gubernatura de Tabasco, el mayor respaldo se lo brindaron los indígenas. Después de su derrota, la gente lo compadeció y luego lo santificó, relata Candelaria. “Llegó a un grado el fanatismo que hubo gente que mandó a imprimir su retrato y lo puso en su veladora. Todas las mañanas era orar a San Andrés. Hay una gran cantidad de niños y escuelas que se llaman Andrés Manuel. Esta calle —por donde está su casa— fue nombrada también como él”, cuenta entre risas dispersas.

Candelaria reconoce que sí hizo un trabajo importante en beneficio de los chontales, pero cuestiona que ahora haya colocado en puestos de poder dentro del partido a sus hijos porque es una práctica que él le ha criticado a sus adversarios políticos. “Cuando empezó la lucha él no tenía ni un peso, todos aportábamos un pedazo de plátano, yuca o calabaza para reunir dinero y levantar el partido, pero ya les dejó a sus hijos la dirección de Morena cuando ahora tiene más gente que pudiera aportar algo”. Es una gran contradicción, resalta, y que va en contra de los principios que pregona. “Nos lastima a los que creemos en la justicia y en las cosas honestas”, dice con un destello volcánico en su mirada.

Sus orígenes

En la calle principal de Tepetitán —una villa ubicada a unos 80 kilómetros de la capital tabasqueña— está la casa donde vivieron los abuelos de López Obrador: una construcción de ventanales amplios y paredes roídas por el moho. Frente a la vivienda hay un busto del político con una leyenda que dice: el rostro de la esperanza. En este pueblo nació en 1953 el candidato presidencial. Sus abuelos maternos eran unos conocidos comerciantes en la zona. “Aquí su gente es muy querida, fueron honestos”, dice Rosaura Reyes, una mujer que compartió los juegos de la infancia con Andrés Manuel y sus hermanos. Los padres de López obrador también se dedicaron al comercio. “Iban en lancha a vender a las rancherías que estaban a la orilla del río, llenaban un cayuco (canoa) grande y echaban costales de azúcar, frijol y arroz”, cuenta.

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A unos metros de la casa donde pasó su infancia el candidato presidencial, José intenta amortiguar el sopor de la tarde. Sentado en una silla, sobre la acera de su vivienda, cuenta que la gente foránea pasa al pueblo sólo a tomarse fotos con el busto de Obrador. “Si supieran que ese ni se asoma por acá”, se queja el hombre canoso. Don Pepe, que no quiere decir su apellido para no enemistarse con sus vecinos, asegura que el político nunca ha hecho nada por Tepetitán. “Vea nomás el malecón, ni terminado está”, se queja y señala hacia el rio que pasa a un costado del pueblo. Su hermano José Ramiro López Obrador, prosigue, fue alcalde de Macuspana (2003-2006) y tampoco hizo nada por la comunidad.

En esta villa de pescadores  —perteneciente al municipio de Macuspana— el Peje, como le dicen sus seguidores, estudió la primaria. Nidia Cámara, quien fue su compañera de clase, lo recuerda como un niño que siempre ayudó a sus padres en el comercio familiar. “Cuando terminó la primaria, él se fue a Macuspana (la cabecera del municipio) a estudiar allá la secundaria, pero volvía aquí los fines de semana a ayudar a sus papás en la tienda”. Aunque no conoce a detalle las propuestas del candidato, Nidia asegura que votará por tercera ocasión por él porque es el orgullo de Tepetitán y promete un cambio.

Rosaura también es una fiel seguidora del candidato y lo ha apoyado en diversas movilizaciones, como el proceso de desafuero que hubo en su contra en 2005 cuando el presidente Vicente Fox intentó quitarle los derechos políticos a fin de deshabilitarlo para la contienda presidencial de 2006. “Toda la gente lo sigue porque quiere, no por obligación ni porque nos lleven a fuerzas. Uno va (a los mítines y protestas) con sus gastos pagados. Ahí no hay dinerito ni nada, pura voluntad”, afirma. Ella no ve cambios en el aspecto personal del candidato, sólo una transformación política, explica. Su fidelidad es tan grande, que buscará apoyarlo hasta las últimas consecuencias. “Si le quieren quitar la presidencia, ahí vamos nosotros a la guerra, a pelear por los votos”, sentencia.

En Tepetitán, durante las horas de mayor calor, la gente se resguarda en sus casas. Por la tarde, cuando el Sol parece aplastarse tras el verdoso llano, salen a sentarse en la banqueta. Daniel Mendoza, en el patio de la vivienda familiar, cuenta que trabajó durante 30 años como conductor de transporte de personal de Pemex en Tabasco, y luego fue despedido. El trabajo para los petroleros cada vez es más escaso, expone. “¿Cómo es posible que este es un estado rico en energéticos y la gente esté pobre?”, cuestiona. El hombre de 61 años que ahora se dedica a la albañilería dice que López Obrador advirtió de la crisis que ocasionaría privatizar la petrolera mexicana, pero pocos le creyeron. Él desde hace 30 años es su fiel seguidor. “Nosotros admiramos a nuestro líder porque habla lo que es, se arriesga a señalar a los corruptos y conoce la nación como la palma de su mano”, asevera con una alegría enardecida.

Su lucha social con los camelloneros

Gaspar Montero se adentra en la espesa región selvática de Tucta y atraviesa las brechas sin titubear. El hombre de 39 años conoce estos caminos desde que era un niño y los recorría con su finado padre. Su cuerpo macizo y moreno parece inherente al calor tropical que asfixia la atmosfera cuando el termómetro supera los 35 grados centígrados. En un punto del camino se detiene y señala con su dedo el horizonte compuesto por pantanos y una verdosa vegetación.

—Aquí era pura agua, no tenía donde trabajar la gente. La comunidad estaba en completo abandono —narra—. Mi papá nos contó que cuando comenzaron hacer la brecha, él (López Obrador) se arremangaba los pantalones y se metía al agua, no le importaba andar como los campesinos, pese a ser una persona que tenía estudios.

Gaspar continúa su camino ágilmente hasta que llega a un estanque y muestra el camellón que le dejó de herencia su papá, un campesino que trabajó con Andrés Manuel cuando llegó a Tucta a trazar con los indígenas un plan de trabajo. El primer proyecto fue la construcción de camellones, que consistía en habilitar campos de cultivo sobre zonas pantanosas.

—Esta es nuestra área de trabajo —apunta con orgullo—. Aquí nos dedicamos al cultivo de la tilapia. Son 62 hectáreas: 32 de agua y 30 de tierra. Ahorita debe haber unos 100 camellones.

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El camellonero, como se dicen entre ellos, se trepa a su cayuco (una canoa) y comienza a remar hasta detenerse en un punto del estanque donde le da de comer a las mojarras.

—¿Qué es lo que más le convence de él? –se le pregunta.

—Su honestidad. Es una persona que lo que dice lo cumple. Nosotros nos morimos en la raya con él porque creemos en su palabra. Eso es lo que nos motiva a luchar con el licenciado: que sabemos que es una persona seria. Eso es lo que nos lo contaban nuestros viejos.

Don Reyes, un viejo camellonero que ha cedido el pedazo de su tierra a sus hijos, cree que si el tabasqueño llega a la Presidencia hará proyectos para el campo. “Cuando lo conocimos estábamos marginados y él se fijó en el campesino. Luego formó una cooperativa de artesanías, ayudó a hacer caminos, escuelas, hasta nos construyó casas”, dice sentado en su carpintería: un pequeño cuarto de paredes rasposas con un modesto ventanal y techo de lámina.

La líder indigenista Candelaria duda que López Obrador mejore las condiciones de marginación y olvido que viven las comunidades chontales. En su planilla, apunta, no tiene a ningún representante de los pueblos indígenas. “No vas a ver en el escenario a un indígena cuando él se hizo de los indígenas. Y eso es lo que más duele”, se lamenta.

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