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19 abril, 2024

México

Dicen que “Policías y militares alentaron el robo”; lamentan que no hubiera contención

TLAHUELILPAN, Hgo.

Por el patio recién regado de su casa, entre cachivaches y perros juguetones, se ve cómo Paulina Mejía Pérez apenas puede arrastrar su dolor. La mujer de 72 años, madre, abuela y suegra de tres víctimas mortales —de las 137 que hubo en el incendio de una toma clandestina de gasolina, aquí hace un año—, es la viva imagen del luto, se ve, se escucha abatida, la resignación no la alcanza.

A unos cuantos metros de donde hace un año ardieron miles y miles de litros de gasolina, convirtiendo aquel alfalfar en una enorme hoguera y que hoy, enmarcada por una bandera mexicana desteñida, raída por el sol y amarrada por una cuerda amarilla a media asta, se ve un remedo de panteón sin muertos: cruces de madera, de fierro, de mármol o simples varas con los nombres de quienes ahí murieron, y que pueblan el lugar-homenaje; y mientras la señora Mejía Pérez ofrece su testimonio para Excélsior de cómo vivió aquella tragedia que la gente de este pueblo hidalguense, con sentimientos encontrados, se alista para conmemorar con misa del obispo.

Frente al zaguán azul de su casa, en el número 11 de la calle Juandho de la colonia San Primitivo, Mejía Pérez no tiene que decir cuán profunda es la herida emocional que vive por la pérdida de sus familiares: Adán Darío Hernández Mejía —uno de sus doce hijos—, su nieto Gerardo Aba Hernández y Karina Ugalde, su nuera.

Apenas empieza a hablar, y su voz se disuelve, se ahoga; la mirada lánguida se torna tristísima, la imagen de la mujer que calza unos clones de crocs color rosa, un pantalón deportivo verde y un suéter morado resulta sobrecogedora.

“Mi hijo se jue ahí porque los señores, los estatales, policías, soldados, que aquí estuvieron —señala la calle frente a su casa—, y mi hijo iba llegando de su trabajo, vendía sus animalitos, criaba animales y vendía animales, todavía tengo ahí unos puerquitos que ahí dejó, y unas borregas, a eso se dedicaba.

“Acababa de llegar y los señores le dijeron ‘Dónde andas amigo, porque no van a juntar la gota, que se está tirando allá, vayan y junten, porque ahorita nadie lo va a defender, hasta las nueve de la noche se va a cerrar’. Y como esos días no había gasolina ni nada, ni para caminar con su camionetita, pos se fue… para qué… ahí se quedó mi’jo”.

Paulina Mejía, quien sufre de crisis nerviosas que la llevan muy seguido al doctor, a raíz de la impresión que le causó saber, en lo inmediato la muerte de su hijo, los tres días que su nieto pudo sobrevivir a las quemaduras en una cama de hospital y la desaparición luego de tres meses de su nuera, dijo que su nieto trabajaba con su tío muerto y que su nuera Karina “vendía sus elotitos”.

En un momento de la entrevista frente al zaguán azul, pasó patrullando un vehículo militar con efectivos armados y vigilantes; y entonces la mujer, soltó “ahí van… Siempre andan por aquí”.

—¿Desde lo que pasó el año pasado?

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—De más antes, ya andaban. Por eso le digo, eso fue como una trampa que hicieron a la persona, a donde publicaron, porque publicaron que se estaba tirando, si ellos hubieran dicho no vayan… pero al contrario.

“Estaban desde ahí, de orilla a orilla y las cochinadas de carros de los estatales y todos ésos”.

La escena de los últimos momentos que Paulina Mejía estuvo con su hijo el 18 de enero de 2019 los recuerda bien, porque fue ahí mismo, en su casa.

“A mí me tocó ir al doctor, y me dice ‘vete al doctor, mami, aquí ya llegamos, aquí vamos a estar, te esperamos para (que) comamos’. Le dije, ‘no, mi’jo, coman ustedes, porque a la mejor vienen con hambre, mi’jo, que te dé de comer la mujer, ahí está la comida’. No, dice, ‘te espero’. Y me fui al centro de salud”.

En paralelo, la madre de Adán Darío supo que mientras ella estaba en el centro de salud, su hijo le marcó por teléfono celular a su cuñado, y que le dijo ‘¡Andrés, que le corra, están dando la gota, dicen los estatales que vayamos a juntar, que nadie lo va a defender!’, dijo así mi hijo”.

Paulina Mejía sigue con su testimonio de dolor y denuncia. “Y es a donde todos se fueron, pero ya habían publicado la gente…

“Y entonces, yo ya de regreso, porque no me atendieron en el centro de salud, nos regresamos y encontramos ahí a mi’jo y ahí le dije ‘¿a dónde vas hijo?, no que íbamos a comer’. ‘Ahorita vengo, jefa, es que están dando la gota ahí’. ‘No te acerques hijo, está peligroso’. ‘No, que nadie lo va a defender ahorita, que hasta las nueve de la noche’, todavía me dijo mi’jo”.

Ella recuerda que eso habrá ocurrido entre las cuatro y las cinco de la tarde, al menos dos horas antes de la explosión de ducto e incendio con sus consecuencias.

Paulina se enteró de lo que sucedía. El alfalfar que se convirtió en una hornaza que ahora mismo está siendo alistado para las ceremonias religiosas que se prevén, está muy cerca de su casa y gracias a una de sus hijas que vive en la parta alta del mismo domicilio.

‘”Mami’. ‘Qué mi’ja’. ‘Mira, súbete, ven a ver cómo se está tirando ahí la gasolina…’ Pero chorrazos, hasta arriba, ¡chorrazo! Y entonces, le digo, ‘ah hija, eso está muy peligroso’, yo sí le dije, ‘no vaya a ser alguna cochinada algún maldoso, vaya a querer prender cerillo’, le dije. Dice, ‘a ver si no, mami’. Y ya me bajé. Como al cuarto de hora tronó y ya me salí y estaban ahí todos los policías, estatales, estaban aquí formados y me salí. Les dije ‘que ustedes dieron permiso señores, ‘si es que no iban a defender nadie’. Y entons dijo el otro, ‘ya ves, para que dejaste que se fuera la gente, pobre gente ya explotó ahí’, dijeron. Se jalaron, se fueron”.

La señora Mejía Pérez dijo que en cuanto explotó y apareció el fuego quiso ir a buscar a su hijo, pero no pudo. “Ya todos mis hijos se fueron a buscarlo, pero ya no lo encontraron”.

El sábado 19 de enero a ella le hicieron los estudios de ADN y así fue como pudieron identificar los restos de Adán Darío, que el pasado 19 de diciembre habría cumplido 35 años. “El domingo en la noche nos mandaron a decir que estaba allá en Tula. Ahí lo tenían en la funeraria, me lo entregaron a mi hijo con su caja”.

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En el rictus de dolor de Paulina Mejía Pérez se asoma una sonrisa cuando recuerda que su hijo muerto “era un niño lindo, él nunca me quería ver enferma, que nunca estuviera en la cama. Me procuraba, ‘ya comiste, mami, te traje una gordas, come, mamacita’. Era un niño que no me quería enferma.

Era muy  buena gente con todo el mundo, muy platicador, muy risueño, no le gusta pelear con las personas, veía que empezaba algún pleito y se retiraba, pero Diosito me lo recogió a mi hijo”.

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