Cultura.- Imaginemos que tenemos que nombrar un objeto nunca antes visto. ¿Qué es lo más importante al elegir un nombre para algo desconocido? ¿Sería necesario que el nombre nos diera pistas sobre su función o deberíamos dejarnos llevar por la creatividad? En un estudio reciente, intentamos responder a estas preguntas analizando cómo los hablantes de español, ante objetos inusuales surgidos durante la pandemia, creaban palabras nuevas. Este experimento reveló sorprendentes patrones en la forma de razonar y nombrar de los participantes, poniendo en cuestión algunas ideas tradicionales sobre la creación léxica.
Se presentaron seis objetos novedosos a casi 150 hablantes nativos de español: una bicicleta estática con mesa de trabajo, mamparas individuales en restaurantes, un gancho para evitar tocar superficies, una pulsera con gel hidroalcohólico, un dispositivo para enganchar mascarillas sin causar molestias y unos zapatos con punta alargada. El objetivo del estudio era observar los nombres que los participantes asignaban a estos artilugios, clasificándolos según su estructura formal y el tipo de lenguaje figurado empleado. De este modo, se buscó entender si la metáfora, la metonimia o incluso préstamos lingüísticos eran más comunes en determinados casos.
El análisis mostró que los hablantes tendían a usar palabras ya conocidas para nombrar objetos que les resultaban familiares, como “cuelgaorejas” para un gancho de mascarilla, pero preferían crear términos nuevos cuando se trataba de objetos más desconocidos. Por ejemplo, el dispositivo para abrir puertas sin tocarlas fue nombrado “abridoor”. Este comportamiento sugiere que, cuando comprendemos bien un objeto, recurrimos a analogías creativas, mientras que cuando el objeto es extraño, nos enfocamos más en sus características funcionales para hacerlo comprensible.
Los resultados también revelaron que la creación de palabras compuestas, como “gelmóvil” o “abrepuertas”, tendía a responder a una metonimia, destacando alguna función o rasgo específico del objeto. En cambio, cuando se utilizaban sintagmas, como “mampara social” o “campana anticontagio”, los participantes buscaban metáforas para establecer comparaciones con objetos conocidos. Estos hallazgos muestran que, a medida que nos familiarizamos con algo, nos atrevemos a ser más creativos, mientras que cuando nos enfrentamos a lo desconocido, tendemos a simplificar el proceso de comprensión.
Otro aspecto interesante del estudio fue la falta de diferencias generacionales en los enfoques lingüísticos. Aunque tradicionalmente se cree que los hablantes mayores son más conservadores en su uso del lenguaje, los resultados del estudio desafiaron esta idea. Los participantes de todas las edades mostraron estrategias similares para nombrar los objetos presentados, lo que sugiere que la pandemia, como un fenómeno global, llevó a todos a utilizar las mismas herramientas lingüísticas para adaptarse a la nueva realidad. Esto refuerza la idea de que la creatividad lingüística no está determinada por la edad, sino por las circunstancias.
Finalmente, el estudio concluye que, a pesar de los enfoques convencionales sobre la creación de palabras, la pandemia demostró cómo las personas pueden utilizar tanto metáforas como metonimias para dar sentido a su entorno. A lo largo de este experimento, surgieron “prodigios léxicos”, como “cicloficina” para la bicicleta con mesa de trabajo o “zapatorrinco” para los zapatos con punta larga, evidenciando la capacidad humana de crear nuevas palabras de manera sorprendentemente ingeniosa. Este estudio no solo ilumina los procesos mentales involucrados en la creación de palabras, sino que también resalta el papel crucial del lenguaje como herramienta de adaptación en tiempos de crisis.