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25 abril, 2024

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Un candidato

Columna por Isabel Rodríguez

Finalmente el señor Meade se ha destapado como el candidato a la presidencia por parte del partido tricolor.

Después de muchas especulaciones, finalmente la ciudadanía puede sentirse tranquila.

Los otros posibles candidatos ya están en la baraja, ahora empezará el juego de Brisca, donde se buscará el mayor puntaje para así tener el poder y control sobre todo y todos.

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La política, un juego difícil de llevar a cabo, un juego que tiene sus reglas con sus pros y contras, dependiendo en qué lado se encuentren los contrincantes.

Un juego que parece que sólo un sector muy reducido de la población se atreve a jugar, ya que implica mancharse las manos directa o indirectamente de corrupción.

El juego consiste precisamente en eso: saber conducirse con una supuesta honorabilidad, fingida en todo momento.

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Saber decir las palabras precisas o no, sin importar nada absolutamente, ya que las consecuencias negativas sólo son pasajeras, los medio masivos harán su chamba para entretener a la ciudadanía mientras el tiempo pasa y diluye la tontera expresada.

Un juego donde los intereses de partido se anteponen a los de la sociedad.

La ciudadanía tiende a aborrecer a los políticos, quienes parecen ignorar las críticas, memes e improperios vociferados en su contra.

La clase política hace lo más conveniente por que la economía a nivel macro sea competitiva sin importar lo que a nivel micro suceda.

Por ello para ser político se deben tener ciertas características: indiferencia, empatía absoluta, intolerancia, soberbia, vanidad, discernimiento enganchado a ideas políticas basadas en el Neoliberalismo.

Y es a esa política donde todo político tiene que insertarse de manera obligada: Neoliberalismo.

El señor Meade o cualquier otro candidato, incluyendo a Obrador, -a quien han satanizado hasta el cansancio-, no podrá desligarse fácilmente de acuerdos comerciales, políticas económicas, decisiones tomadas que engloben a otros países.

Quien llegue al poder, sin importar si es de extrema derecha, derecha moderada, centro izquierda, populista, católico, musulmán o lo que sea, tendrá que embarrarse en el lodo típico de la política.

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De ahí que una gran mayoría de mexicanos no se involucre en política, que no tengan esa necesidad, como si de un escozor terrible se tratara, y hay otros que de ello depende su existencia misma.

Parece que las cosas deben empezar a cambiar, que el sistema de poder, de economía y anexas empieza a tomar virajes que implican una participación ciudadana excluyendo a la clase política.

Ya el terremoto del 19 de septiembre mostró visos de lo que en el futuro seguramente se hará una realidad, pero mientras el destino nos alcance, se acerca el derecho a votar por el menos corrupto.

¿Habrá alguno?

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